sábado, 24 de julio de 2010

La despedida, ¿alguien la vio partir?

La esquina de las calles Hipólito Irigoyen y Córdoba se le habían clavado en la memoria, como esas fotos que nunca se olvidan, aunque si bien con el paso del tiempo la instantánea de Gisela yéndose en el remis cada vez se hacía más difusa, más lejana, más nostálgica.

“Les escribo para contarles algo que me pasó hace ya muchos años”, dice Arnaldo para remontarse a 1999, septiembre de aquel convulsionado año para Corrientes, cursaba el tercer año de medicina y a su Lima (Perú) natal ya se había acostumbrado a verla una vez al año, justamente para las celebraciones de navidad y año nuevo.

El resto del tiempo, desde febrero, vivía en la capital de esta provincia imbuido en libros, rodeado de amigos y compañeras de estudio cuya disciplina al momento de entrarle a los textos, hubiese despertado admiración en un soldado profesional.

Nuestro protagonista de hoy se enamoró perdidamente de una misionera oriunda de Eldorado, ella tenía una vida muy opuesta a la Arnaldo: “Nos vimos en una fiesta que se hizo en la pensión de un amigo por la calle San Martín frente a un templo israelí que hay ahí y desde el primer momento que la vi me gustó, pero ella estaba con otro chico que después me enteré que en realidad no era el novio, una especie de toque como le dicen ahora”.

En el encuentro que se extendió hasta bien entrada la mañana siguiente y regado profusamente con cerveza, vino y algunas que otras empanadas rezagadas de las primeras tandas servidas, Arnaldo empezó a preguntar por la chica de cabello oscuro profundo y piel blanca como la nieve. “Supe entonces que ella no estaba haciendo nada, no estudiaba ni trabajaba y lo primero que me dijeron fue que estaba un poco loca, que tenía adicciones a las drogas y que vivía de joda”.

Claro que esto al estudiante aplicado de medicina lejos de espantarlo, encendió mucho más sus ganas de conocerla a Gisela y allí fue; “me acuerdo que ella estaba bailando con una jarra de plástico que tenía vino y me acerqué para pedirle que me sirviera y aproveché para decirle que en la cocina la estaban buscando, como estaba muy oscuro y la música bien fuerte, todos estaban en otra, ella cuando se fue a ver quién la buscaba yo la seguí, fue muy chistoso”.

A pesar de la algarabía de la fiesta y del alcohol en sangre que tenía la chica, en esa velada no pasó nada y Armaldo, persuadido por las garras de vino bebidas, regresó a su departamento que lo compartía con otro estudiante de medicina oriundo de San Cosme.

“Cuando la volví a ver fue en el departamento donde ella vivía con una amiga de Misiones que salía con el chico que compartía conmigo el departamento, una noche caímos después de salir del Santo –pub céntrico-, tocamos el portero y subimos. Ella estaba muy hermosa, con una calza corta, una remera, descalza y el cabello suelto”.

Pero Gisel no solamente brillaba en el sofá donde estaba desparramada cuando los muchachos llegaron, los efectos de la marihuana que fumaba junto a su compañera de vivienda, la tenían de un lado a otro con cavilaciones un tanto extrañas y risas de nunca acabar provocadas sin sentido o chiste alguno.

“Esa noche nos fuimos a la cama y pasó lo que tenía que pasar, yo también fumé un poco del porro y al otro día la resaca fue terrible, nunca voy a olvidar esa noche en ese departamento de la calle Córdoba a media cuadra de Irigoyen, así empezamos a vernos. Primero medio a escondidas y después ya nuestros círculos íntimos nos tenían como novios”, cuanta el ahora médico.

Fueron exactamente siete meses de un amor fugaz que pasaba más tiempo en la cama y vivía mucho más de noche que de día, Arnaldo perdió dos materias, salió mal en una anual y en una semestral; “fueron las únicas veces que reprobé exámenes”, dice y no es para menos, su cuerpo y mente estaban muy lejos de las ciencias médicas.

“Ella tenía muchos problemas económicos, la madre empezó a decirle que no le podía mandar más dinero y que las cosas en la despensa que tenían en su casa de Eldorado, no iban bien. Pasó el tiempo y ella siguió en la misma, no trató de conseguir un trabajo ni de estudiar una carrera corta para que la madre al menos la banque un par de años, en septiembre se fue”.

Arnaldo recuerda que fue un mediodía de septiembre de 1999 pero la fecha exacta en la actualidad se perdió en los años pasados, sólo la mirada con lágrimas de Gisel levantando su mano tras la luneta del remis que la depositó en la Terminal de Ómnibus, ésa fue la última vez que la vio y en ese preciso instante de un local de ropas ubicado casi en la esquina de Córdoba e Irigoyen, salía la voz de Diego Torres cantando ‘Alguien la vio partir’: “Fue muy loco porque parecía como esas escenas de novelas”, contó en el epílogo de su carta a radiohistoriasdeamor@gmail.com

P/D: Arnaldo trabaja actualmente como médico clínico en el Hospital público de Posadas (Misiones)

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