viernes, 4 de junio de 2010

Aquel invierno del '89

Una gélida y gris tarde de invierno Gabriela entró casi corriendo a la recepción de Radio Mitre, pidió por Antonio y aguardo en la vereda de la legendaria emisora porteña, segundos después el periodista más desorbitado que sorprendido trataba de tranquilizarla mientras esquivaba restos de papeles que volaban por todos lados. Eran los poemas cuya musa estaba totalmente fuera de sí. El prefacio de que no hay nada peor que una mujer despechada y engañada, se acababa de cumplir.

“Todo empezó en 1989 cuando a través del hermano de una amiga lo conocí, en ese momento Antonio era movilero de Radio Mitre y yo trabajaba en una Multinacional, teníamos casi treinta años”, cuenta Gabriela en su e-mail enviado a radiohistoriasdeamor@gmail.com.

El país se debatía en plena caída libre del gobierno alfonsinista, entre desbandes sociales, saqueos a supermercados y un invierno que congelaba los huesos, nuestra muchacha en cuestión no pensaba en nada más que su cronista radical: “Me llamó la atención su bohemia y con el extra de un reciente divorcio encima”, siguió en el relato de su historia.

Tiempo después Gabriela sabría que terminaron siendo tres los divorcios del periodista que encajaba bien en el molde de hombre de prensa, desde su forma de hablar, la vida cotidiana que llevaba, de bar en bar, sin horarios estrictos y su gran pasión que se repartía entre noticias y mujeres. “Según me recordó el mismo tiempo después, aunque ya no me acuerdo bien cuándo fue que me confeso eso de los divorcios”, dice Gabi.

Entonces llegó el momento en aquellos convulsionados meses del ’89, la primera salida fue casi de película, bien a tono con la vida de Antonio, un cronista antihéroe que no dejaba títere con cabeza o bien, muñeca con pollera.
“Una noche con diez botellitas de whisky chiquititas marca Criadores conversamos toda la noche, nos empezamos a gustar y a partir de ahí me invita a bailar a un boliche de Recoleta Snob, que ya no existe mas, lo que más sonaba era Banana Pueyrredón, bailamos toda la noche pero todavía no había pasado nada”, aclara.

Y así fue, con el cantautor de los ’80 de fondo, Gabriela y Antonio iniciaron el acercamiento de planetas, el choque estaba cerca, el cronista era un viejo lobo de mar y sabía que poseerla a Gabriela era sólo cuestión de tiempo.
La velada se coronaría como un filme romántico estadounidense con todos sus clichés, en plena madrugada un endemoniado temporal arreció a la Capital Federal.


La parejita inició el periplo para regresar a casa y Antonio como todo caballero casanova acompañó a Gabriela, pero en medio de la tormenta había otro gran problema, el medio de movilidad en una Buenos Aires, helada, lluviosa y desierta: “Todavía no había pasado nada, llovía muy fuerte y no conseguíamos taxi para volver”, recuerda casi como si no hubiesen pasado veintiún años de que aquella mágica vez.
Como si a esta historia no le faltaran íconos porteños, nuestros amantes en ciernes tuvieron que conformarse con tomar un colectivo, un bondi, diría un arrabalero moderno

y Antonio y Gabriela se treparon a un 60.

Nuestra chica al cabo confiesa en su e-mail, “yo le dije que nunca salí con alguien que no tenga auto y menos volver en colectivo, pero evidentemente eso me gusto mucho”.
De esa forma Antonio demuestra una vez más que los pingos se ven en la cancha y que por lo general las minas lindas, las chicas materiales, tarde o temprano se terminan yendo con un pibe de barrio, porque en el barrio es donde está la mística, donde levantarse una mina es casi un arte. Y el cronista en los aciagos fines de los ’80 sabía que ésa era una fórmula imbatible.

Esquivando charcos y bamboleándose de un lado al otro dentro del 60, Gabriela clavo la mirada en los zapatos guido que con sus dos flequitos en el empeine, tipo mocasín, le habían llamado la atención toda la velada. Ella, ataviada con un pantalón a rayas, cintura alta, con zapatitos de gamaza haciendo juego en negro y mostaza.

Estaban cerca del edificio de Gabriela y el movilero de Mitre se aprontaba como cada vez que salía al aire para la mítica radio, para el era justamente algo natural, innato, culminar el cortejo de una mujer era como mantenerse durante horas al aire relatando una manifestación, un tiroteo o una entrevista a un político.

“Llegamos a la puerta del edificio donde vivía y me dio el primer beso”, Antonio tenía definido el partido, lo había jugado y liquidado como lo planeo, pero la dama saco fuerzas propias de una mujer: “Le dije que no pensara en quedarse a dormir porque hasta la tercera cita no te doy bolilla.”.

Más claro, echarle agua como el aguacero de aquella memorable tormenta en la ciudad de Buenos Aires. El noviazgo tras ese choque de labios en el portal de Gabriela, comenzó y también los poemas que Antonio entre bar y bar escribía, en sus eternas esperas para entrevistar a funcionarios o en los largos viajes en colectivo y taxi que hacía para cumplir su labor cotidiana en la radio.

Pero todo se eclipso: “Salimos varios meses hasta que me enteré que me era infiel con una periodista de la Radio donde el trabajaba. Yo empecé a sospechar porque de ir todos los días a mi casa se empezó a borrar. La identidad de ella la conocí veinte años después”, cuenta Gabriela casi en el último párrafo de su misiva para esta sección.

El final llegó con esa gélida tarde invernal y ella rompiéndole en la cara los poemas de Antonio, sobre la acera de Radio Mitre.

Hace unos meses atrás vía la red social FACEBOOK y tras 21 años volvieron a cruzarse, el cronista además de tener más años, más kilos y menos cabello, acumula una importante lista de derrotas sentimentales. “Hay una posibilidad de volver a vernos”, advierte en tono esperanzador Gabriela para después despedirse en su epístola electrónica.

P/D: Tras la ruptura amorosa en el invierno del ’89 Gabriela regresó a Corrientes para trabajar y quedarse definitivamente en el seno de su familia natal.