viernes, 18 de junio de 2010

Cuando la debilidad de la carne se confunde con el amor

Arreciaba el verano de diciembre de 2006 y Corrientes era un hervidero de estudiantes que iban y venían por la entonces ‘Recoleta Correntina’, María y Enrique eran uno de los tantos que en la tórrida velada buscaban ese amor que los despabile.

Para María habría de ser el punto de inflexión que hasta hoy la exaspera, le quita el sueño y la desgarra hasta lo más profundo de sus entrañas.

- Yo bailo con vos, le dijo a María un veinteañero bien parecido, rubio, corpulento, mientras se quitaba transpiración de la cara.

Empezaba el desconcierto de nuestra protagonista que un rato antes había visto y mirado a los ojos a Enrique, aunque en ése instante no sabía su nombre, solamente se habían intercambiado miradas furtivas

Así, antes de ingresar al boliche, María sólo se aprontaba a pasar una noche más de fin de año con sus amigas, si bien abrigaba esa esperanza de encontrarse con algún que otro muchacho que le gustara, no estaba preparada para tal sorpresa. “Viste cómo te miro el rubio”, le advirtió una de sus compañeras mientras caminaban hacia el local nocturno.

Todo ocurrió velozmente, desde ese cruce de miradas con Enrique que caminaba sin remera, cabello mojado y ojos celestes, “no podía dejar de pensar quién sería, tenía el cuerpo todo torneado”, cuenta en su e-mail enviado a radiohistoriasdeamor@gmail.com.

La historia había cambiado para la chica, estaba ante un verdadero cazador de ninfas que demoró en conquistar a María lo que dura un estornudo. “Empezamos a bailar, el se presentó, me dijo su nombre y después yo le dije el mío, para eso ya me había olvidado de las chicas y encima con lo que me dijo”, cuenta María.

- Me vas a dar un beso, disparó el muchacho de buen porte sin que se le corriera un gramo de vergüenza.

María estaba desconcertada ante tamaño avance, nunca le había pasado y eso le encantaba, la seducía hasta los huesos que Enrique tuviera el control total de la situación.

Tras el “dulce beso” ambos salieron del boliche tomados de la mano. “El me dijo que a las cinco de la mañana tenía que cruzarse a Resistencia y que si le podía hacer el aguante, sino, el se dormiría. Fuimos a su casa que estaba cerca del centro, caminamos tomados de la mano hasta llegar a su departamento”, recuerda nuestra chica.

Una vez adentro las ropas planearon como gaviotas en la playa, los besos se tornaron feroces, la respiración acelerada, las manos unos grilletes y los cuerpos, verdaderas máquinas de guerra en una sinfonía descontrolada por ver quién poseía a quién, en la cama de Enrique se consumaba el hecho.

Esa madrugada cambiaría la existencia de María, su amado, no era un pibe cualquiera, era un fanático de la libertad y eso estaba por verse.

“Creo que esa noche nos divertimos y gozamos como nunca antes”, afirma María y sigue en el relato de aquella madrugada que iba dejando lugar al amanecer, “el tiempo es tirano y el tenía que irse a Resistencia, antes de despedirnos me dijo que nos volveríamos a ver”.

Con el sol bien arriba, María emprendió el regreso a su domicilio todavía con el gusto de su amante en cada esquina de su cuerpo, no podía dejar de cavilar en Enrique y sus proezas amatorias. Mientras lo hacía y caminaba casi en el aire, vio que en su celular el muchacho de sus sueños hechos realidad, anotó su número de teléfono, en un instante María lo agendo.

Así pasaron unos días hasta que las ganas vencieron al miedo y envió un mensaje a Enrique, al instante contestó con una llamada, le dijo para verse y el tiempo trascurrido fue de tres meses, para María ese lapso “era como si nos hubiésemos conocido de toda la vida” y sobre todo con lo que él le decía.

- Vos no sos mi novia, sos mi mujer.

Ella subyugaba ante esas declaraciones, sin embargo y al cabo de esos 90 días, la relación empezaba a irse por la banquina. “Estábamos bien dos semanas y mal otras dos”, cuenta nuestra chica.

“El famoso te quiero pero necesito un tiempo a solas, me decía y es como que todo se tornó una rutina, siempre era como que nos separábamos pero pasaba un tiempo y volvíamos, él empezó a salir con otras minas, yo lo sabía pero lo perdonaba o hacía como que no me daba cuenta, el adiós definitivo nunca llegaba”.

María recuerda una frase de Enrique que se le metió en el cuerpo como una daga bajo el pulmón; “vos necesitas mucho amor, y yo no tengo tanto para dar, me conoces, yo siempre vuelvo”. Y pasaron seis meses en que la chica lloraba por esa partida aunque sabía que Enrique regresaría, lo que a ella le perturbaba era no poder quitárselo de la mente y del cuerpo, de los bajos instintos.

¿Obsesión, locura? María todavía no lo sabe y dice: “Después de esa separación de seis meses el inició una relación formal con otra chica, igual después de un tiempo de eso, nos seguimos viendo hasta que dejamos de nuevo de vernos. Al tiempo me enteré que se separó y volvimos a encontrarnos aunque el no me contó que estaba solo, a mi no me importaba, pensé que capaz sufrió por esa pérdida”.

“Esta historia todavía no tiene un final –afirma la protagonista- ninguno la termina, ninguno toma decisiones, tal vez pase una semana o dos y nunca más volvamos a vernos, a hablar, a tener noticias uno del otro, pero tal vez muramos juntos.

Así le solía decir Enrique en los buenos momentos.-

P/D: Lo único modificado de esta historia son los nombres de los protagonistas por expreso pedido de uno de ellos.