jueves, 1 de julio de 2010

Cómo entender cuando él se fue…

Un par de pocillos volaron desde un piso doce en un edificio de Rosario, Osvaldo acababa de mostrarle a su ex, un tal Nico, la novela terminada, una historia que hablaba justamente de la relación de ambos que había dejado de existir.

Osvaldo viajó de Capital Federal a Rosario “para que la leas”, le dijo a su antiguo amor, hasta que al dpto llegó otro pibe que era el actual de Nico: “Váyanse a la mierda, muéranse los dos”, lanzó Osvaldo en el mismo instante en que hacía tomar vuelo a “dos pocillos que habíamos comprado cuando estábamos juntos”.

Cómo entender cuando él se fue, por qué, qué cosas se hicieron o se dejaron de hacer para que la persona que llevaba seis años con vos, se vaya, así como así, un día se levante y se mande a mudar en el absoluto sentido literal de la palabra.

“La historia original comenzó en 1989 y siguió hasta 1995”, cuenta Osvaldo para luego desmenuzar una especie de vía crucis que hizo camino a ese calvario llamado desamor, el escenario fue la ciudad de Rosario y Nico, su pareja con quien compartió seis años de su vida.

Tras las separación y con la sugerencia de un terapeuta, Osvaldo profundizó en la escritura de su relación que aún lo perseguía por las noches y días de su existencia, “empecé a escribir de cómo nos habíamos conocido y cómo fue todo eso, había hablado con él antes y le dije que esta ciudad (Rosario) era muy chica para los dos y el me dijo: y bueno, andate”.

Así llega nuestro protagonista de este capítulo número ocho de Historias de Amor en la Radio, a la ciudad de Buenos Aires, “hice lo que todo el mundo haría, lloré durante dos años y así fue como llegue al psicólogo que en realidad lo que yo quería que haga era que lo haga volver a él”.

Pero la psicología por más Frued que aplique “cuando te dejan, te dejan”, dice Osvaldo y reitera que la paso mal; desde seguirlo a Nico a sol y a sombra, llamar para escuchar su voz y sollozar al otro lado de la línea, preparar encuentros casuales y eternas guardias frente al portal del edificio donde vivía Nico.

“Lo que me dijo el psicólogo es que cuando yo escribía y se lo mostraba, le causaba gracia porque lo hacía en chiste, en cambio cuando hablaba en serio del tema me largaba a llorar. Entonces me dijo que como algo terapéutico a el no le servía pero a mi sí, porque era una forma de tomarme en gracia lo que me había pasado y de esa forma empecé a escribir y a darme cuenta que estaba escribiendo una novela que me divertía mucho”.

De esa manera fueron pasando los años y el tiempo, ese maldito juez implacable que tantas veces nos hace olvidar con facilidad y en otras se empecina en mantener vivo el pasado. “Estaba trabajando en el diario Perfil y en el ’98 cuando cierra me quede sin trabajo como todos los que estábamos allí, había una impresora con mucho papel así que empecé a imprimir parte de la novela y se la entregué a muchos amigos”, cuenta.

Después, con el okay de los allegados, esos bocetos tuvieron como destino final la editorial y se convirtieron en libro, en una fabulosa historia de amor. “Yo creo que el libro se sigue reeditando porque presenta una versión no dramática de una historia homosexual, con paisajes y lugares de Rosario; por ejemplo ir a comer asado a la avenida tradicional donde están las parrillas, pedalear los domingos en el Parque Independencia y mirar los barcos desde el monumento a la bandera”.

Pasaron quince años de aquella despedida que nunca fue “y entendí por qué él se fue, entendí en qué etapa de mi vida estaba y en que etapa estaba él, y ahora tengo una relación de once años”, dice Osvaldo y mantiene ese tono afable y buena onda que lo caracteriza.

Aquella vez que los pocillos se convirtieron en objetos voladores hasta estrellarse contra el asfalto, fue la última vez que Osvaldo intentó hacer volver a Nico, fue la última vez que alimentó vanamente una esperanza que se resistía a sostener que todo había muerto y que en ese fuego ya no había más ni brasas, ni cenizas.

A Osvaldo Bazán, autor de “Y un día Nico se fue…” muchas gracias.-